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Tacto divino

En China la epidermis es mucho más que el envoltorio de nuestros músculos y órganos.


Por Julio Ceballos*


Durante muchos años escapaban a mi entendimiento los comentarios que oía al respecto del cutis de esta o aquella persona. No comprendía la importancia de tener una buena o mala piel...hasta que llegué a China. En China la epidermis es mucho más que el envoltorio de nuestros músculos y órganos; es todo un objeto de veneración. Cada vez que pienso en la piel china recuerdo la canción de Radio Futura: “Dicen que tienes veneno en la piel/ y que estás hecha de plástico fino/ dicen que tienes un tacto divino y que quien lo toca se queda con él”. Tal cual. Quien toca el cutis chino, se queda para siempre con ese tacto inolvidable en las yemas de los dedos.

Los chinos, como muchos otros asiáticos, suelen hacer gala de una piel excepcional que les permite mantener una “edad indeterminada” durante décadas. Como “embalsamados”, pasan los años y ellas (y ellos) se mantienen perennes sin apenas arrugas, ni lunares, ni pelos, ni estrías ni casi ningún signo del paso de los años por su faz. En vez de envejecer de manera lineal, a menudo da la sensación de que los chinos se hacen viejos abrupta y “escalonadamente”. Así, de los 18 a los 33 años apenas sufren cambios en su apariencia y, zas, luego se echan esos 3 lustros encima de golpe, en cuestión de semanas. Lo mismo se repite en los tramos que van de los 33 a los 50, de los 50 a los 70 y de los 70 a los 100. Exageraciones aparte, junto a una muy buena genética, los chinos (especialmente las mujeres chinas) cuidan devotamente de su cutis.

Todo tipo de recetas, mascarillas y cremas hacen de China el segundo mayor mercado cosmético del mundo, con un volumen de negocio que sobrepasó en 2021 los 52.000 millones de dólares. En la antigüedad, por ejemplo, las chinas llegaron a moler perlas e ingerir el polvo de su nácar creyendo que así su piel podría aclararse. A esto hay que añadir los celebérrimos polvos de arroz, dietas en algas ricas en colágeno y, sobre todo, “maratones de sueño” a los que las chinas encomiendan gran parte de su tiempo y su belleza. El resultado es una piel muy pálida, de un blanco transparente que, a ojos occidentales, puede llegar a parecer algo enfermizo y sobre el que cualquier mancha, impureza, quemadura, cicatriz o vena deja una huella indeleble.

La blancura de la piel ha sido tradicionalmente en China (y en otras muchas sociedades agrícolas de todo el planeta) un símbolo de belleza y de estatus social: aquellos cuya piel estaba tostada por el sol eran los campesinos, los ganaderos y los jornaleros ocupados de sol a sol, haciendo trabajos manuales a la intemperie. En cambio, los “pálidos” eran aquellos que, gracias a tener suficiente patrimonio o la formación académica correspondiente, podían permitirse desarrollar trabajos intelectuales “intramuros” a resguardo de los rayos solares. Tanto es así que la mayoría de los chinos (como muchos asiáticos) consideran la piel oscura un símbolo de fealdad. La gente del campo, los inmigrantes rurales, los pertenecientes a minorías étnicas nacionales o -mucho más escasos- los africanos, árabes y ciudadanos de razas más oscuras, llaman poderosamente la atención, a pie de calle, entre millones de chinos “pálidos” y sufren no poca marginación por ello.

Aunque gradualmente las nuevas generaciones van “exponiéndose” cada vez más al sol, en general, los chinos no son muy dados a pasar tiempo al aire libre, ir a la playa ni a hacer actividades que exijan insolación. Para lograr una mayor blancura de la piel el primer requisito es, precisamente, protegerla de la exposición solar. Eso explica algo que llama la atención de quien llega a China (o a Asia) por vez primera: la enorme cantidad de mujeres que camina, todos los días del año, con algo que, similar a un paraguas, es en realidad un parasol. A esas sombrillas que brotan por doquier al menor rayo de sol, les acompañan otras prendas y artilugios -insólitos en la mayor parte del mundo- que tienen como única función cubrir la piel y evitar que se esta oscurezca: enormes gafas de sol, sombreros y viseras de alas desproporcionadamente grandes, velos y visillos, guantes con manguitos que cubren los brazos hasta los hombros o pantallas faciales parecidas a las que utilizan los soldadores. El aspecto que confieren todas estas prendas a sus usuarias es bastante marciano y recuerda al Michael Jackson aquel que -según la leyenda urbana de turno- tras tantísimas operaciones estéticas, se había quedado con la piel como papel de fumar y, si le daba un rayo de sol, se podía apergaminar. Sorprende que, con semejante protección, China ocupe el puesto 137º en el ranking mundial de melanoma per cápita mientras en España, grandes amantes del sol, estemos en el puesto 115º.



*Nota: Las ideas contenidas en las publicaciones de Cátedra China o de terceros son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento de esta Asociación.

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