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Una visión personal de China

Por Gonzalo Ortiz*


Publicado el 19/12/2023



Gonzalo Ortiz. Fuente: Club De Exportadores e Inversores.

Me pide Cátedra China que reflejé en un artículo mis largos años de relación con China, ya que me incorporé a la embajada en agosto de 1988 y salí del consulado de España en Shanghai en septiembre de 2014. 26 años en los que cambió radicalmente la faz de China Popular y en los que pude seguir con admiración (y cierto sentido crítico) estas transformaciones.

 

Henry Kissinger ha escrito que el nuevo orden mundial será un orden asiático y Klaus Schwab, presidente del foro económico y mundial de Davos ha subrayado que el siglo XXI puede calificarse como el siglo de Asia. Hace sólo 100 años, poco antes que el novelista Vicente Blasco Ibáñez iniciase su “Viaje alrededor del mundo", los Tratados de Versalles que cerraban la Primera Guerra Mundial seguían instalados en el imperialismo (básicamente europeo). La pretensión de Japón (uno de los países vencedores) de incluir una cláusula de igualdad racial fue rechazada abruptamente por los aliados. Había entonces pueblos” civilizados” por un lado y pueblos “a civilizar”, postrados en el atraso secular y que necesitaban de la protección y dirección europea. Evocando la historia de China, me vienen a la memoria las conquistas de Gengis Khan, el budismo que llegó desde la India, o las humillaciones sufridas en las llamadas Guerras del Opio. Tras la agresión japonesa iniciada en Manchuria en 1932, que se generaliza en 1937, sale finalmente vencedor el comunismo de Mao con raíces campesinas que triunfa sobre el régimen corrupto del Kuomintang en 1949.

 

La China de hoy ha recuperado el confucianismo que parecía aplastado durante la “revolución cultural”, con los principios de jerarquía y esfuerzo. En el confucianismo el héroe no es el que se revela contra la injusticia como en las sociedades cristianas, sino el que es capaz de asumir sus obligaciones plenamente. Hay un fuerte sentido de grupo, alejado del individualismo, que da preferencia al varón en la familia, y donde el respeto a los antepasados y al linaje es proverbial.

 

En 1982, cuando visité como turista por primera vez China, todavía estaban generalizadas las” comunas maoístas populares “y se estaba desarrollando el juicio de la Banda de los Cuatro.

 

En 1988 pedí el destino China en un momento en que muchos me lo desaconsejaban. Era una China ordenada pero pobre, con bicicletas que inundaban las calles y muchos trajes mao. Los billetes de avión se reconfirmaban en destino. No había casi más bancos que el Bank of China y allí mandábamos al conserje a cambiar dólares por FEC (Foreign Exchange Certificates). Me apasionaba viajar en aquellos viejos trenes, que apestaban a tabaco, pero siempre puntuales. En casa tenía un joven cocinero han que preparaba comida china y occidental: compraba, cocinaba, servía la mesa y limpiaba la cocina. Aquello era fantástico. El contacto con los locales era muy complicado. Sólo existían centralitas de teléfono fijo y había que pasar por un intermediario para llegar a la persona deseada. En el interior. los grandes espacios chinos resultaban exóticos y de una gran belleza. En aquel primer destino en Pekin todavía no estaba claro si el país seguiría por la senda de una economía centralizada y empresas estatales o, por la que al fin se adoptó gracias a Deng a partir de 1993 del mercado y empresas privadas.

 

China tiene en común con sus vecinos Japón, Corea y Vietnam (países en los que he estado destinado) la llamada cultura de los palillos, enraizada con una tradición milenaria, y que tiene extensión en países de etnia china como Taiwán y Singapur. China, es decir el Imperio del Centro, ha conseguido recuperar esa centralidad, que está incorporada a su nombre (Zhōngguó). Más que de un país se trata de una verdadera civilización, con numerosas dinastías que se han ido sucediendo. Con altibajos ha sabido mantener unas señas de identidad que se han conservado hasta nuestros días. El país que sólo hace 50 años acababa de salir de la “revolución cultural”, se ha convertido en una potencia vigorosa con más kilómetros de alta velocidad que nadie, en la vanguardia de la innovación tecnológica y con más de 100 ciudades con más de 1 millón de habitantes. El paso adelante de gigante que ha dado en estos últimos 30 años es sencillamente inédito.

 

En 2011 fui destinado al consulado general en Shanghai con el reto que suponían unos severos cortes presupuestarios. El Shanghai del Bund y del Peace Hotel se habían visto completados con el nuevo barrio de Pudong, al otro lado del río. Habían surgido rascacielos por doquier con aceras y jardines impecables, decenas de hoteles de 5 estrellas, un nuevo aeropuerto y el mayor puerto marítimo del mundo. Una ciudad vibrante que animaba también a mis amigos españoles que hacían negocios allá. Shanghai había superado a Nueva York. Era más nueva, más limpia y segura, Instalé el consulado en el centro del barrio financiero en la torre Jinmao donde todavía sigue ondeando la bandera española.

 

La China que viví en el segundo período (2011-2014) en Shanghai era muy diferente a la de 1988, con muchos extranjeros y rebosante de modernidad. El país continuaba siendo rígidamente controlado por el partido comunista que, sin embargo había sabido pilotar el país hacia nuevos horizontes de mayor libertad y prosperidad. La China de hoy de Xi Jin Ping tiende a acentuar ese “centralismo autoritario” (socialismo con caracteres chinos) fijándose siempre objetivos muy ambiciosos que casi siempre consigue alcanzar. En el orden internacional, a China, más que incrementar su influencia política le interesa intensificar su presencia económica y vemos, en efecto, ambiciosos proyectos por los cinco continentes, muchos de ellos ligados a la iniciativa de la Franja y de la Ruta.



*Nota: Las ideas contenidas en las publicaciones de Cátedra China o de terceros son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento de esta Asociación.

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