VIAJE POR PEKÍN
Por Juan Carlos Moreno-Arrones Delgado
Publicado 14/06/2024
Desde que comenzara la etapa covid, y muchos de los expats repartidos por el mundo nos viéramos forzados a volver a España, hasta ahora han transcurrido muchos acontecimientos ligados inevitablemente a mi segunda patria: China. Cuando regresé, decidí embarcarme en la increíble labor de comenzar una tesis doctoral. No tenía muy claro sobre qué versaría o qué temas trataría, pues a la postre, yo era filólogo hispánico, pero el tema que más me gustaba en ese momento era lo sinológico. Un día quedé a tomar un café, y a contarle mis inquietudes, al doctor y traductor Gabriel García-Noblejas. Estuvimos hablando largo y tendido y al final concluimos que lo mejor sería realizar un estudio que aunara semiótica, semiología, historia, pragmática y literatura de China: todo ello lo encontramos perfectamente reflejado en las yangbanxi, u óperas revolucionarias chinas. Es decir, una suerte de composiciones teatrales llevadas a cabo durante la Revolución Cultural —guiadas e inspiradas, sobre todo, por Jiang Qing, la que fuera la cuarta esposa de Mao— y cuya finalidad era la de aleccionar a un pueblo prácticamente analfabeto en las nuevas artes políticas: el socialismo revolucionario.
La línea general de trabajo estaba trazada y ya sólo quedaba una cosa: hacer la tesis. Los dos siguientes años fueron frenéticos; de un nivel de trabajo, estudio y traducción que yo jamás había imaginado en mí, pero que acabaron dando sus frutos al defender La nueva estética de la ópera revolucionaria china a partir de la comparación entre El pabellón de las peonías (1598) y La linterna roja (1964) en la Universidad de Granada en mayo de 2023. Finalmente tuve que hacer una comparación entre la operística china clásica —tomando como ejemplo El pabellón de las peonías— con la revolucionaria —optando por La linterna roja—. Aún no lo podía creer: era doctor y no sabía cuál sería el siguiente paso a tomar. Más o menos por esa época tuve la suerte de conocer a Marcelo Muñoz, con el que desde entonces he debatido sobre política, historia o filosofía china y que, finalmente, me acabó introduciendo en Cátedra China.
Algo en mí me decía que debía volver a China y no tenía muy claro cómo hacerlo, por lo que medité durante meses cuál sería el paso más lógico y prudente para poder hacerlo con seguridad. En diciembre de ese mismo año convocaron las nuevas plazas de profesorado del Instituto Cervantes, pertenecientes al Ministerio de Asuntos Exteriores, y decidí presentar mi candidatura. Fueron pasando los meses, fui subiendo en los baremos de méritos y, al final, obtuve una buena calificación en el examen y en la entrevista ulterior. Hace unas semanas recibí la noticia: había obtenido una plaza de profesor titular en el Instituto Cervantes de Pekín y mi incorporación se haría efectiva en septiembre. La alegría y la ilusión renovada volvía de nuevo a ser protagonista en mi vida. Pues, como dijera Confucio, si "eliges un trabajo que te guste, no tendrás que trabajar ni un día de tu vida”. Yo tengo la oportunidad y la suerte de hacer lo que me gusta: no podría vivir sin enseñar, labor a la que me he dedicado vocacionalmente desde que acabara la carrera allá por el año 2012.
En unos meses volveré a vivir en el gigante asiático, concretamente en su capital política. Pekín ha sido una de las ciudades que más se ha desarrollado en los últimos años dentro del panorama chino, al final es bandera y motor económico del país. La ciudad, además, cuenta con muchos lugares en los que se puede adquirir tecnología de última generación a precios muy competitivos, como en ningún otra parte del mercado internacional. Vivir en una ciudad como Pekín es complicado, es inmensa y las distancias a recorrer amplias, pero cuenta con uno de los mejores sistemas de transporte público del mundo; probablemente la capital china posee la mayor red de metro de todo el planeta, conexión con ciudades cercanas en trenes de alta velocidad de fabricación nacional, y el aeropuerto de Daxing, quizá uno de los más modernos. Pero en realidad, lo que más me atrae de la ciudad es la increíble oferta cultural que puede ofrecer, ya no sólo al ojo turista, sino al residente fijo de la ciudad: la propia Universidad de Pekín y la Universidad de Tsinghua, la Ciudad Prohibida, el Templo del Cielo, el Palacio de Verano, la plaza de Tiananmen, o la Gran Muralla; teatros, teterías, salas de exposiciones, museos, recorridos históricos, planes culturales, gastronomía… La ciudad ofrece un sinfín de actividades para el interesado en sumergirse en una de las culturas más antiguas del mundo, pues las políticas de recuperación cultural están haciendo que vuelvan a resurgir prácticas, modos, escuelas, arquitectura… que parecerían olvidadas. A mí, como un apasionado del teatro y de la ópera, me parece que Pekín es la ciudad cultural china por excelencia, donde poder disfrutar en Dongcheng, cerca de la zona Qianmen, de las vibrantes salas de teatro de la dinastía Qing, donde se puede pasar la tarde, comer, beber té y charlar con amigos, mientras disfrutas de las obras clásicas más espectaculares en vestimenta, diálogos y canto.
Perderse por el distrito de los hutong, esos estrechos callejones tradicionales donde la economía floreció durante las últimas dinastías y que hoy son una verdadera joya arquitectónica urbana conservada. Pudiendo disfrutar de los siheyuan, las típicas casas con un patio central, rodeado en sus cuatro costados de edificaciones, gozando así en una de las metrópolis más pobladas de un remanso de paz y vegetación. Hoy reconvertidos muchos de ellos en bares, restaurantes, hoteles… donde el caminante puede perderse entre las brumas del tiempo.
En fin, Pekín —o Beijing en chino, que traduciríamos como Capital del Norte— es una ciudad viva, bulliciosa, que ha sabido aunar el resguardo de la tradición milenaria combinada con los avances modernos, dando como resultado una vibrante visión de lo que hoy puede ser China para el mundo. ¡Os espero en la maravillosa ciudad de Pekín!
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