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Hong Kong: una historia de éxito y un futuro comprometido

Actualizado: 24 jun 2022


Hong Kong, uno de los llamados cuatro tigres, junto a Singapur, Taiwán y la República de Corea en los años del despegue de las economías asiáticas, es un gran puerto y centro económico, comercial y financiero de alcance mundial, en cuya base está la libertad económica, un alto grado de competitividad, un sistema fiscal favorable y una sociedad dinámica y emprendedora como pocas en el mundo. Según la Heritage Foundation, Hong Kong es la segunda economía más libre del mundo después de Singapur y también figura como la segunda, en términos de libertad económica, entre 42 economías de la región Asia-Pacífico. En términos de PIB, Hong Kong es la 37 economía del mundo, tercera bolsa de Asia y sexta a nivel mundial. Su deuda es prácticamente inexistente, alcanzando tan solo el 0,05 del PIB. Asimismo, Hong Kong destaca por la seguridad jurídica y el imperio de la ley, una judicatura independiente, la eficiencia regulatoria y la apertura de su mercado. Su ubicación geográfica, muy próxima a China continental, ha favorecido que durante años Hong Kong haya sido puerta indispensable para el acceso al mercado chino, aunque hoy ese papel es mucho más limitado.


Entre 1974 y 2020 la media del crecimiento del PIB ha sido del 5%, llegando al 20,7% en el último trimestre de 1976. En los últimos tiempos, esa posición se ha deteriorado un tanto por los problemas derivados de las relaciones entre EEUU y China, las tensiones estratégicas, la volatilidad de los mercados, las manifestaciones de protesta que han jalonado 2019 y que continúan en 2020 y el impacto del Covid19. En 2019, la economía hongkonesa entró en recesión y en el primer trimestre de 2020 la caída del PIB ha sido del 8,9%, en línea con descensos similares experimentados por otras grandes economías del mundo.


Hong Kong depende en gran medida de los servicios financieros, el transporte de mercancías, el tráfico aéreo, la electrónica y el turismo de alta gama. El sector primario es prácticamente inexistente. Esta realidad, la falta de recursos hídricos y alimentarios, tuvo su impacto, como se verá, en la recuperación de la soberanía por parte de China, ya que al ser los Nuevos Territorios (92% de la superficie de Hong Kong) un arrendamiento internacional de 99 años, que debían reintegrarse a la República Popular en 1997, la viabilidad de la colonia en materia de suministros básicos resultaba prácticamente imposible. Además del hecho de que China reclamó desde el principio la soberanía del conjunto de la colonia, incluso de las partes cedidas por China a Gran Bretaña a perpetuidad, es decir, la isla de Hong Kong (1842) propiamente dicha y Kowloon y la isla de Stonecutters (1860).


Hong Kong ha venido haciendo titulares en los medios de todo el mundo de manera constante, especialmente, en los últimos dos años, aunque la protesta ha sido un rasgo común en las calles de la excolonia británica desde la recuperación de la soberanía por China a partir de 1997, cuando Hong Kong se convierte en Región Administrativa Especial (RAE) bajo soberanía china. En conjunto, la historia de Hong Kong ha sido la historia de un éxito, no solo por el buen funcionamiento de todos los indicadores de su economía, principalmente del sector servicios, sino también por la pujanza y el carácter dinámico y competitivo de Hong Kong, que ha buscado la excelencia en numerosos ámbitos, entre ellos, en el universitario, los medios de comunicación o la industria cinematográfica.


La hoy RAE de la República Popular China desde 1997, con una población de 7,5 millones de habitantes y una superficie de 1.018 kilómetros cuadrados, cuenta con dos universidades en la lista de las cuarenta mejores del mundo, la universidad de Hong Kong y la universidad de Ciencia y Tecnología. Asimismo, Hong Kong también es sede de muy destacadas cabeceras de prensa de nivel mundial, como el influyente South China Morning Post (en manos de Ali Baba) y The Standard. Reflejo, sin duda ,de una sociedad informada y exigente.


Uno de los puntos débiles de Hong Kong es la desigualdad, pese a la importancia de su PIB per cápita (49.334 USD). La distribución de la renta es muy desigual: en 2017 los hogares más ricos tenían ingresos 44 veces superiores a los de los hogares más pobres. Las quejas de la población se dirigen a los altos precios de la vivienda, la desigual educación, los servicios sanitarios, la falta de espacios públicos dignos o el deterioro medioambiental, entre otras carencias. En las manifestaciones que se producen en Hong Kong hay con frecuencia reivindicaciones de carácter social, que en ocasiones se acompañan de actos más o menos violentos. Baste recordar los sucesos de 1967, en plena etapa colonial británica, cuando los problemas sociales de una fábrica de flores de plástico coincidieron con marchas a favor de la recién lanzada revolución cultural en la China de Mao. La violencia resultó incendiaria y no menos de 50 personas perdieron la vida, entre ellas diez policías, además 800 heridos y en torno a 2000 detenidos. En relación con los precios de la vivienda hay que señalar que al tener el suelo carácter público, las autoridades restringen la salida de suelo al mercado, con lo cual los precios permanecen artificialmente altos y la vivienda se convierte, con frecuencia, en algo inasumible.


Las manifestaciones que inundan periódicamente las calles de Hong Kong, seguidas mayoritariamente por jóvenes, tienen que ver con el rechazo a la larga mano de Pekín en la Región Administrativa Especial después de 1997, así como con cuestiones puntuales de la Declaración Conjunta chino-británica de 1984 y de la Ley Básica, una suerte de Constitución, o con decisiones de las autoridades de Pekín, que constituyen un ataque “al alto grado de autonomía” concedida a Hong Kong. Estas interferencias son calificadas por algunos como la muerte de la fórmula “un país, dos sistemas”, acusando a Pekín de pensar solo en “un país, un sistema”.


La singularidad de Hong Kong es de tal naturaleza que vale la pena echar la vista atrás y mencionar, siquiera sea brevemente, la formación de la excolonia en el siglo XIX y su funcionamiento durante los 155 años de presencia británica (en realidad, casi cuatro años menos, que fue lo que duró la ocupación japonesa de Hong Kong, entre 1941 y 1945). Mirar hacia el pasado es una forma de pedagogía, que nos puede ayudar a entender el presente. Dicho esto, hay que precisar que el éxito de Hong Kong se debe en buena parte al laissez faire y a la gobernanza benévola puesta en marcha por Gran Bretaña desde 1842 hasta 1997, a la seguridad jurídica del territorio, al sometimiento de los poderes públicos y los particulares a la ley, a la existencia de una judicatura independiente y al know-how empresarial y financiero que todavía es hoy la imagen de marca de Hong Kong.


Son elementos importantes del estado de derecho, pero no es la democracia representativa, que técnicamente hablando siempre faltó en el Hong Kong colonial. Había en Hong Kong muchos elementos para vertebrar una democracia, pero la Administración británica siempre desechó esa idea. El gobernador venía de Londres y el Consejo Legislativo carecía de cualquier forma de legitimidad democrática. Así lo subraya G. B. Bendacott en su libro A history of Hong Kong (Oxford in Asia Paperbacks, 1964): “Hong Kong has remained a colony in which democratic machinery has been conspicously absent”. La democracia, aunque limitada, llegó cuando los ingleses hacían las maletas para marcharse. Casi como una bomba de relojería que de explotar lo hiciera una vez recuperada la soberanía por China.


Hong Kong es importante en el imaginario colectivo de China, precisamente, porque de ahí arranca el siglo de humillaciones sufridas por China a manos de las potencias occidentales y Japón, el último en llegar y el más duro en sus desafueros. Mao acertó, pese a sus incontables errores, cuando dijo en 1949 en la plaza de Tiananmen: “China ha resistido de pie”. El reino Unido no buscaba territorios donde asentar su modelo político y sus valores. Buscaba mercados, cuando la ciencia, la técnica y la revolución industrial hacían factible el dominio del mundo. Así ocurrió en China, como en otras partes del mundo.


La formación de la colonia de Hong Kong


Desde 1689 la East India Company trataba desde la India de conseguir que China abriera sus puertos al tráfico mercantil sin lograrlo verdaderamente. Inicialmente se trataba de comerciar con Cantón, pero resultaba difícil y la compañía buscaba también otros puertos más al norte con los que iniciar los intercambios. Gran Bretaña, a través de la East India Company, que tenía el monopolio del comercio, compraba en China grandes cantidades de té, así como lacas, objetos de arte y ruibarbo, entre otros productos. En cambio, China apenas importaba nada de Gran Bretaña. El saldo de la balanza era muy negativo para la Compañía de las Indias Orientales, cuyo monopolio del comercio se mantuvo hasta 1834.


Para convencer a China de que abriera sus puertos al tráfico, Gran Bretaña envió a Pekín dos misiones de alto nivel: la primera en 1793, encabezada por Lord Macartney, y la segunda, a cargo del exgobernador de la India Lord Amherst, en 1816. Nada resultó de estas misiones, ya que las respuestas de los emperadores Qianlong y Jiajing fueron de rechazo. Siguiendo la tradición imperial, China no miraba a los extranjeros como iguales, sino como países tributarios, ni tampoco apreciaba sus productos. El comercio se fue organizando en Cantón, de manera harto burocrática y compleja, y poco a poco el opio, que se producía en la India en grandes cantidades, se fue convirtiendo en el producto estrella de las relaciones comerciales entre los dos países, moviéndose entre el contrabando y la permisividad.


En todo caso, detrás de este tráfico estaba Gran Bretaña, que veía con satisfacción los cuantiosos ingresos que generaba el opio. El propio Duque de Wellington reconoció que el tráfico del opio se impulsaba y promovía desde el Gobierno y el Parlamento, aunque resultara destructivo para la población china. La situación se fue de las manos y China reaccionó confiscando y destruyendo los cargamentos de esta droga. Los comerciantes británicos involucrados en el tráfico pidieron al Gobierno que interviniera, dando lugar esa intervención a la primera Guerra del Opio (1839-1842), en la que China fue ampliamente derrotada por Gran Bretaña. El conflicto acabó con el tratado de Nanjing (1842). China se vio obligada, entre otras cosas, a abrir cinco puertos al tráfico, pagar una fuerte indemnización y, sobre todo, Gran Bretaña obtuvo la cesión a perpetuidad de la isla de Hong Kong, primera pata de lo que a lo largo del siglo XIX sería la colonia británica de ese nombre.


Al término de la Segunda Guerra del Opio (1860), en la que también participaron los franceses, se firma la Convención de Pekín, en cuyos términos China consiente la apertura de legaciones diplomáticas en Pekín, abre nuevos puertos al tráfico y cede a perpetuidad a Gran Bretaña el territorio continental de Kowloon y la isla de Stonecutters. Conviene no perder de vista que estas dos sesiones (Hong Kong y Kowloon/Stonecutters) son de soberanía a perpetuidad, lo que supone una diferencia fundamental con lo que será la tercera pata de la colonia, conocida como los Nuevos Territorios, que se adicionará a las dos anteriores en 1898.


Con el paso del tiempo, los británicos advirtieron lo exiguo, en términos de superficie, de las dos primeras sesiones, por lo que negociaron con China una ampliación de la colonia, que facilitara su viabilidad económica. Pero la particularidad de los Nuevos Territorios, situados en China continental, reside en el hecho de que en esta ocasión no se trata de una cesión de soberanía a perpetuidad, sino de un arrendamiento internacional de 99 años de duración, por lo que los Nuevos Territorios deberían ser devueltos a China en 1997. Este elemento diferenciador resultó fundamental para que China recuperara en 1997 el conjunto de la colonia, aunque es verdad que China siempre calificó los tres instrumentos jurídicos como tratados desiguales, por mucho que las dos primeras sesiones fueran de soberanía a perpetuidad.


Las negociaciones chino-británicas sobre Hong Kong (1982-1984)


La proximidad del vencimiento del arrendamiento de los Nuevos Territorios hacía necesario que el Reino Unido sondeara la posición de las autoridades chinas sobre el futuro de Hong Kong. A este efecto, en marzo de 1979 el gobernador de Hong Kong, Crawford Murray Maclehose, viajó a Pekín, donde pidió la extensión del arrendamiento más allá de 1997. La respuesta de Deng Xiaoping fue un no tajante, precisando, además, que Gran Bretaña no solo debía abandonar los Nuevos Territorios, sino también la isla de Hong Kong y Kowloon, cedidas a perpetuidad en 1842 y 1860.


A la vista de todo ello, China y Gran Bretaña inician unas largas y complejas negociaciones, cuyo despegue comenzó con la visita de la primera ministra Margaret Thatcher a Pekín en septiembre de 1982. La idea británica era continuar gestionando la colonia más allá de 1997, a la vista de la aparente fortaleza jurídica de sus títulos sobre Hong Kong y Kowloon, insistiendo la Sra. Thatcher en que la salida de Gran Bretaña de la colonia significaría el caos económico y financiero en Hong Kong. Durante varios meses las negociaciones no avanzaron, con las partes enrocadas en sus posiciones de salida hasta que Gran Bretaña aceptó en 1983 el punto de vista chino de recuperación de toda la soberanía sobre Hong Kong en el marco de la fórmula ‘un país, dos sistemas’, que China había diseñado para la reunificación con Taiwán, pero que donde se aplicaría finalmente sería en Hong Kong. Una fórmula pone de relieve el pragmatismo de los chinos y su excelente manejo de los tiempos.


En sus conversaciones con Thatcher, Deng Xiaoping fue muy claro en cuanto a los objetivos de China: “En la cuestión de la soberanía, China no tiene margen de maniobra. Ha llegado el momento de dejar inequívocamente claro que China recuperará Hong Kong en 1997. Es decir, que recuperará no solo los Nuevos Territorios, sino también la isla de Hong Kong y Kowloon”. Para Deng, la fórmula ‘un país, dos sistemas’ suponía, además, que Hong Kong permanecería tal cual era durante 50 años, sin que ello afectara a la aplicación del socialismo con características chinas en el resto de la República Popular.


Finalmente, tras acordar las dos partes que China concedería a Hong Kong “un alto grado de autonomía”, salvo en defensa y relaciones exteriores (la petición británica de la “máxima autonomía” fue rechazada por China) y tras resolver numerosas cuestiones técnicas, la primera ministra británica y su homólogo chino, Zhao Ziyang, firmaron una Declaración Conjunta el 19 de diciembre de 1984, que ponía fin a 155 años de presencia británica en Hong Kong, cuyos efectos se producirían a partir del 1 de julio de 1997. Seis años después de la Declaración Conjunta, la Asamblea Popular Nacional aprobó en Pekín en 1990 la Ley Básica de Hong Kong, que es la Constitución de la Región Administrativa Especial. La transición hasta el primero de julio de 1997 se puso en manos de un Joint Liaison Group para hacer la transferencia lo menos conflictiva posible.


Como se señala en la Declaración Conjunta, China recuperaba su soberanía y Gran Bretaña reponía a China en su soberanía sobre Hong Kong. Un modo protocolario y diplomático de presentar las cosas, de manera que nadie perdiera la cara. Por primera vez en su historia, Hong Kong iba a disponer de instituciones democráticas, aunque no plenamente, y los ciudadanos iban a poder participar en procesos electorales, algo que nunca había tenido lugar en la etapa colonial, aunque la libertad, el pluralismo y muchos elementos del estado de derecho estaban en la entraña y en la práctica de la sociedad hongkonesa de la etapa británica.


Algunos analistas chinos destacan que la expresión “sufragio universal” no aparece en la Declaración Conjunta y que Pekín sí que la ha incluido en la Ley Básica (artículos 45 y 68). Una constatación pertinente, pero lo importante, a veces, no es lo escrito, sino la voluntad política de avanzar en la implementación de lo acordado. El acuerdo logrado con Gran Bretaña fue razonable y equilibrado, con margen suficiente para el progreso en democracia y libertades, así como para mantener el sistema socioeconómico durante 50 años con el objetivo de garantizar la estabilidad y la prosperidad de Hong Kong.

Instituciones de la RAE y movilización contra la larga mano de Pekín

El funcionamiento de las instituciones de la RAE se articula en torno a los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, tal como aparecen en la Ley Básica de 1990. El problema que se ha planteado en Hong Kong desde 2003, fundamentalmente, ha sido de ambigüedad o retrasos en la profundización de la democracia en la excolonia, o de rechazo en la población por el anuncio de medidas adoptada por el Gobierno de Hong Kong a instancias o sugeridas por el Gobierno central en Pekín, que suponen una merma del “alto grado de autonomía” concedido a Hong Kong por la Declaración Conjunta de 1984 y la Ley Básica de 1990.


Cuestiones como la ley de Seguridad Nacional (aprobado el principio de la misma por la Asamblea Popular Nacional), las enmiendas a la ley de Extradición local, introducidas por el Ejecutivo de Carrie Lam, que abren la posibilidad de autorizar extradiciones desde Hong Kong a China, lo mismo que la llamada “educación patriótica”, han empujado a la protesta y las movilizaciones, muy especialmente desde comienzos de 2019, contra la larga mano de Pekín y un Ejecutivo y Legislativo dóciles al Gobierno central.


La ley de Seguridad Nacional, cuyo origen está en el art. 23 de la Ley Básica, ya quiso ser introducida por las autoridades locales de Hong Kong en 2003, encontrando tal oposición que el proyecto fue abandonado. Ahora renace empujado desde Pekín. Salvo los sectores empresariales a los que esta legislación no conmueve (HSBC, Jardine/Matheson…), numerosos sectores de la población podrían estar en contra como en 2003. El hecho de que el proyecto venga de la mano del Gobierno en Pekín puede irritar mucho más. La luz verde ya se ha dado desde la Asamblea Popular Nacional y eso es visto por muchos en Hong Kong como un ataque a la autonomía y a la capacidad normativa de la RAE. Lo curioso del caso es que los británicos quisieron introducir en 1996 una legislación parecida, que no se puso en práctica… por la oposición de Pekín (¡!). Ciertamente, el texto del artículo no es para tranquilizar a muchos sectores de la ciudadanía. Dice así: “The HKSAR shall enact laws on its own to prohibit any act of treason, secession, sedition, subversion against the Central People’s Government, or the theft of state secrets, to prohibit foreign political organizations from conducting political activities in the Region, and to prohibit political organisations or bodies of the Region from establishing ties with foreign political organizations or bodies”.


En lo que al sistema electoral en vigor en Hong Kong se refiere, tanto para el Chief Executive o Ministro Principal, como para el Consejo Legislativo, hay que señalar que las menciones al sufragio universal en los artículos 45 y 68 de la ley Básica no se han materializado y que en la práctica se mantiene la elección del Chief Executive por un colegio electoral reducido (1.200 personas), escasamente representativo de la población y que, aunque el objetivo último es la elección por sufragio universal, ello dependerá, según la Ley Básica, de la situación en la RAE y de acuerdo con los principios de gradualidad y progreso ordenado. Se ha dicho que a partir de 2016 y 2017 el Legislativo y el Ejecutivo podrían ser elegidos por sufragio universal, añadiéndose, para el caso del Chief Executive, que se sometería al voto popular después de ser nombrado “by a broadly representative committee”, lo que no satisface a los partidarios del sector prodemocracia. La cuestión del sufragio universal y su generalización dio lugar al movimiento de protesta conocido como de los ‘paraguas’ en 2014.


En cuanto a las elecciones al Consejo Legislativo, se combina el sufragio directo con el sufragio indirecto a través de un colegio electoral bastante amplio, en unas llamadas circunscripciones funcionales, más representativas de los sectores económicos y socio profesionales que del conjunto de la población. En 2010 el número de miembros del Consejo Legislativo pasó de 60 a 70. De ellos, 35 elegidos por sufragio universal directo y otros 35 por sufragio indirecto, como se ha indicado más arriba, en 27 circunscripciones funcionales. El objetivo último del sufragio universal tampoco se ha materializado. El actual Consejo Legislativo se eligió en 2016 y está dominado por formaciones políticas afines a Pekín.


A pesar de las críticas, dentro y fuera de Hong Kong, las instituciones de la excolonia son homologables con las de otros países o territorios, aunque el ritmo de implementación de las reformas (y la voluntad política de sacarlas adelante) pueda tener un efecto perturbador e impactar sobre el futuro de la estabilidad y prosperidad de la RAE. Las tensiones en las calles de Hong Kong minan la credibilidad de Pekín y dan pie, entre otros, al presidente Trump para amenazar a China con retirar el trato arancelario favorable a Hong Kong. Las demandas de los más jóvenes en Hong Kong deberían plantearse con realismo y contención, mientras Pekín debería, a su vez, entender que la experiencia política, social, económica y cultural de Hong Kong ha sido radicalmente diferente de la vivida por China, incluso después de las reformas de Deng Xiaoping a partir de 1978. La fórmula ‘un país, dos sistemas’, aplicada a Hong Kong, supone que la excolonia debe poder alcanzar todo el potencial de una sociedad tan próspera y avanzada como es la RAE, incluso en el ámbito de la política, las instituciones, los derechos y las libertades. Sería una tragedia que China no supiera verlo así.


Juan Leña,* exembajador de España en la R.P. China

Presidente de Honor de Cátedra China


*Nota: Las ideas contenidas en las publicaciones de Cátedra China o de terceros son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento de esta Asociación.

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