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El cisne negro y la crisis del Covid-19 La UE, China y los EEUU

Actualizado: 24 jun 2022


El 28 de enero de este año, el BBVA enviaba a algunos de sus clientes y accionistas una Nota Especial con un título sugestivo y brillante, pero más propio de un thriller que de un análisis de coyuntura de una entidad financiera: "Un cisne negro acaba con la complacencia”. Un cisne negro, según la formulación del profesor Nassim N. Taleb, es un acontecimiento imprevisible que tiene gran impacto y que, por su propia naturaleza, nunca está presente en los escenarios de los agentes económicos. Así se describía en la Nota del BBVA al Covid-19: “el nuevo brote infeccioso chino, provocado por un virus, que ocasiona una enfermedad parecida a la neumonía, que ya se ha extendido a cuatro continentes y que ha matado a unas ochenta personas, entraría dentro de la definición de cisne negro, ya que estamos hablando de un factor de riesgo desconocido, cuyo impacto no había sido descontado por los mercados financieros”.


Hay que agradecer al BBVA la redacción y distribución de esta Nota Especial en fecha tan temprana como el 28 de enero, cuando los gobiernos y la propia OMS habían ignorado, ocultado o minimizado el alcance real de lo que se avecinaba: a día de hoy (19 de mayo), 4.782.237 contagiados por el Covid-19 en todo el mundo, 318.882 fallecidos y 1.598.508 recuperados. Los más afectados por la pandemia: EEUU, Rusia, Brasil, Reino Unido, España, Italia, Alemania, Turquía, Francia, Irán e India. Los once países han adelantado a China, la primera en sufrir el Covid-19, con un balance total de 82.947 contagiados y 4.634 fallecidos.


China mantiene hoy niveles de contagio mínimos con un nuevo caso y cero fallecidos. Ha habido rebrotes, pero de escaso alcance, especialmente, en el noreste del país, en la ciudad de Shulan. No obstante, dada la superficie y población de China, algunos analistas y gobiernos (Australia y Estados Unidos, entre otros) dudan de las cifras facilitadas por las autoridades chinas y sobre el origen del virus, que podría haber salido de un Instituto de Virología de la ciudad de Wuhan, donde se produjo el primer contagio. Afirmaciones que no han sido avaladas por la comunidad científica. Incluso un periódico como The New York Times ha escrito que las acusaciones de los responsables norteamericanos en ese sentido carecen de fundamento.


China ha tenido un indudable éxito en la contención de la pandemia por la vía del tratamiento sanitario, un estricto confinamiento y rigurosas limitaciones al transporte y los desplazamientos. No obstante, a la vista de la importancia de la cooperación internacional y el intercambio de información para atajar el virus y lograr una vacuna eficaz o fármacos que limiten la acción del Covid-19, China debe mostrarse receptiva a las solicitudes de información provenientes de gobiernos e instituciones. La mejor respuesta no es, ciertamente, reaccionar suspendiendo las importaciones de vacuno australiano, ante la petición de una investigación independiente sobre el origen de la pandemia solicitada por las autoridades de Camberra.

La rápida expansión del virus por todo el mundo da idea de la tragedia que padecemos: la economía paralizada, los desplazamientos muy limitados, un descenso del PIB sin precedentes, millones de parados, una importante destrucción del tejido productivo en vías de materializarse, sobre todo en el ámbito de la pequeña y mediana empresa, interminables colas de personas en busca de ayuda alimentaria, como no se veía desde la depresión de 1929, y la población padeciendo formas de confinamiento más o menos estrictas, según los países.

La lista de países mencionados no debe esconder el drama de los que padecen escasos recursos y medios sanitarios, de los que apenas se habla o escribe y que muy poco pueden hacer frente a la pandemia. De ahí la necesidad de volcarse en la ayuda a esos países, marcados por el olvido y los estragos de la enfermedad. El virus, cualquiera que fuera su origen, inició su andadura en Wuhan y de allí, como corresponde a la rapidez de las comunicaciones en nuestros días y a los desplazamientos masivos, que también son rasgo de nuestra época, se extendió, asimismo, de manera imparable por todo el mundo, hasta el momento en que nos encontramos, en el inicio de la desescalada y con los riesgos que entraña el virus para la salud y la economía global, que precisa recuperar cuanto antes niveles de empleo y actividad razonables. Solo muy escasos países o territorios no se han visto afectados por el covid-19, ya sea por su carácter remoto, insular o escasa población.


A falta de una vacuna eficaz, que requerirá su tiempo, o de fármacos que contengan la expansión del virus, la humanidad tendrá que aprender a convivir con la pandemia, como si la Edad Media hubiera regresado, con la práctica del confinamiento en el centro de la lucha contra el virus, que también se debe librar en el terreno de la economía. Salvar vidas es prioritario, pero la vida también se defiende con el funcionamiento de la economía, que no solo crea riqueza y empleo, sino que proporciona al tiempo las condiciones para la estabilidad política y social.


La experiencia del confinamiento para evitar la expansión del virus nos ha hecho volver la vista atrás, hacia otros períodos de la historia a través de libros como A distant mirror. The calamitous 14th century, de Barbara W. Tuchman, que nos hace un vivo e inquietante retrato de la Peste Negra (1347), que desde Asia llegó a los puertos italianos de Messina, Génova y Venecia, para extenderse con rapidez por toda Europa, causando alrededor de cincuenta millones de víctimas mortales. Una absoluta catástrofe para las cifras de población de la época.


Las pandemias han sido a lo largo de la historia un “acontecimiento social perfecto”, que afecta a la economía, a la vida social, la salud y las mentalidades, como ha subrayado la historiadora Françoise Hildesheimer. El ciudadano y la sociedad toda se vuelven dóciles y, a su vez, para los Gobiernos los tiempos de epidemia se contemplan como campo de experimentación para la voluntad estatal de control universal y el confinamiento como laboratorio para el control burocrático y policial. Por eso hablaba Michel Foucault del sueño político de la peste y de la utopía de la ciudad perfectamente gobernada. El confinamiento y el lenguaje que lo regula y rodea tienen algo de la atmósfera asfixiante y lúgubre de 1984, de George Orwell.


La historia de la humanidad está llena de hechos escasamente previsibles, a los que los analistas solo han prestado atención ex post. De ahí el interés del libro del profesor Nassim N. Taleb (universidad Amherst de Massachussets): The Black Swan. The impact of the highly improbable. Como señala el profesor Taleb, antes de 1914 apenas se podía imaginar el alcance del conflicto que iba a ensangrentar y destruir Europa, ni el progresivo ascenso de Hitler hacía prever el estallido de la Segunda Guerra Mundial, ni la desaparición del bloque soviético en 1989, ni tampoco la crisis asiática de 1997. La dinámica de los llamados cisnes negros hace que su comportamiento tenga como rasgos principales su escasa previsibilidad y el enorme impacto que generan. Bien lo subraya la presente pandemia.


Por eso cuando a un analista de riesgos en economía se le pregunta por su definición del riesgo veremos que siempre quedan excluidos a priori los riesgos no previsibles. Lo aleatorio figura escasamente en los análisis. Estamos tan dominados por lo previsible, llega a decir el profesor Nassim N. Taleb, que la lectura diaria de la prensa disminuye nuestro conocimiento del mundo. Precisamente, porque la prensa se centra en lo trillado y lo que esperan los lectores, cuando nuestra propia vida y el acontecer de las naciones vienen, con frecuencia, determinados por acontecimientos normalmente no previstos. La dinámica del cisne negro es la que empuja a otorgar mayor relevancia a lo que no se sabe frente a lo ya conocido y previsible. Los gobiernos, los think tanks, las empresas y los medios pertenecen, casi siempre, al reino de lo previsible. Conceder relevancia a lo que no se conoce o se conoce mal ayuda a preparar el futuro.


En el espacio de tres meses escasos nuestras vidas han cambiado, las pautas de comportamiento individuales y colectivas quedarán marcadas por las experiencias del confinamiento y el impacto de la pandemia, lo mismo que la acción de los gobiernos, las instituciones internacionales, las empresas y la propia organización del trabajo. Hasta las expresiones tradicionales de amistad, afecto o cariño han quedado limitadas por la cuarentena, el miedo al contagio o la distancia social. Para el sociólogo Edgar Morin, la etapa post covid-19 estará llena de incertidumbres, lo mismo que el período que nos ha precedido ha estado marcado por el descontrol técnico-económico de la globalización. Morin no pone en cuestión la interdependencia creada por la globalización, pero la sitúa, de cara al futuro, en un entorno más solidario, que tome en consideración las verdaderas necesidades y aspiraciones de la población, de modo que se “desarrolle la poesía de la vida y que el yo se convierta en un nosotros, señal de un nuevo humanismo regenerador”.


De todos modos, lo peor que podría ocurrir es que el cierre de fronteras y las restricciones a los desplazamientos por el coronavirus llevaran a una especie de nacionalismo económico y al rechazo del multilateralismo y la globalización, que, con todas sus carencias, ha contribuido a la prosperidad, al proceso de innovación tecnológica más importante que ha conocido la historia, a la digitalización y a una nueva división internacional del trabajo. La pandemia también puede ser una ventana de oportunidad, si la salida de la crisis fuera rápida, ayudada por una vacuna eficaz, y si los gobiernos y las instituciones internacionales sacaran las conclusiones apropiadas, entre ellas, la necesidad de contar con stocks estratégicos de productos sensibles para casos de emergencias sanitarias o alimentarias, dando un giro al actual sistema productivo y racionalizando la cadena de suministros global.


En relación con lo que antecede, la cuestión del decoupling (desacoplamiento) merece un comentario, porque es revelador, no solo de las ideas del presidente Trump sobre la reindustralización de su país, después de décadas de deslocalización industrial buscando los costos de producción más favorables, sino también del funcionamiento del sistema a escala global. El problema es que la cadena de suministros (supply chain) no tiene hoy fácil sustitución y que las empresas que desertaron de EEUU para fabricar en China no pueden regresar fácilmente, sobre todo, en sectores que requieren mano de obra altamente especializada. El sector servicios en EEUU es dominante, mientras la industria ha perdido peso y esa tendencia no cambiará de hoy para mañana. China dispone de una masa de 270 millones de trabajadores altamente cualificados con flexibilidad y movilidad para pasar de un sector a otro. Es una de sus ventajas en la nueva división internacional del trabajo. Por eso resulta altamente arriesgado el suponer que las empresas pueden cambiar de un país a otro con facilidad (Apple prácticamente no ha salido de China y Tesla se ha instalado en Shanghai).


Como subraya la publicación The Diplomat, China puede tener ventajas fabricando mascarillas o material de protección personal, mientras EEUU fabricaría mejor las vacunas y los respiradores. Otra cosa es que no dispongan del stock necesario para emergencias sanitarias como la presente. El nacionalismo es una estrategia dudosa para relanzar la economía. China y EEUU son dos rivales que se necesitan, más allá de sus respectivas estrategias globales. Al fin y al cabo, China ha sido uno de los principales gestores y beneficiarios de la globalización.


La pandemia ha cogido a EEUU y Europa con el pie cambiado. También a China, pero en menor medida y es posible que sea la primera economía en salir de la crisis. EEUU tiene dos problemas fundamentales: un presidente que va a la confrontación con China un día sí y otro también y que ha hecho del unilateralismo el eje de su política exterior, con su visión cortoplacista del “América first”, que ha calado en la población, empujándola al repliegue y el aislamiento. Si en algo es especialista el presidente Trump es en hacer saltar por los aires amigos y alianzas. Tampoco se esfuerza en buscar acomodos con China, su primer competidor global.


Además, 2020 es año electoral en EEUU, con la pandemia como telón de fondo y el impacto social y económico que genera (36 millones de parados). La proximidad de las elecciones presidenciales no empuja, precisamente, a visiones estratégicas ni a anticipar el futuro económico que nos espera. La pandemia podría haber sido un espacio para la cooperación chino-norteamericana y ayudar a encauzar la densa agenda bilateral. Lamentablemente, el diálogo entre los dos grandes se ha convertido en un intercambio de reproches y acusaciones sobre el origen del virus (Trump se refería hace poco al agente patógeno como el virus chino), la trazabilidad de los contagios y fallecimientos y la falta de explicaciones por parte de Pekín.


Esto último ha tenido su reflejo en la 73 Asamblea Anual de la OMS, los días 18 y 19 del corriente, en la que ha participado por vídeo conferencia el presidente Xi Jinping con tres propuestas: 2.000 millones de dólares para luchar contra la pandemia, que la vacuna esté al alcance de todos y el mantenimiento de la cadena de suministros, como elemento clave para el relanzamiento de la economía. El presidente Trump no ha asistido, dejando espacio a Xi para presentarse como el defensor del multilateralismo. China ha aceptado una investigación global sobre la pandemia y EEUU ha calificado la oferta financiera de China como un intento de minimizar las críticas.


En Wuhan y en la provincia de Hubei se han rumoreado algunos ceses, entre ellos, el alcalde de la capital y miembros del consejo de sanidad de la provincia. Unos ceses que convenían al poder, coincidiendo con la celebración de la Asamblea Anual de la OMS y la próxima la sesión plenaria de la Asamblea Popular Nacional.


Como señala Josep Borrell en un reciente artículo publicado en Le Monde el 16 de mayo, las relaciones UE-China han evolucionado desde una relación principalmente económica hasta otra de carácter global de más contenido. En la etapa actual, dominada por la pandemia, la UE y China deben trabajar juntos para vencer el coronavirus, en primer lugar, y para articular una cooperación de cara al post Covid-19. Algún analista ha subrayado que uno de los problemas de la UE es el estar casi siempre en período constituyente, es decir, perfilando y consolidando su andamiaje jurídico e institucional, lo que de algún modo limita su operatividad. El Brexit no está cerrado y el colapso económico y la crisis social creada por el Covid-19 orientan su capacidad de acción hacia la agenda interna, fundamentalmente económica, financiera y social. No obstante, sobre la base de principios claros, como la transparencia, la confianza y la reciprocidad las relaciones UE-China deben avanzar, aunque no falten las divergencias, tanto en las cuestiones bilaterales, como en las internacionales y de seguridad. China es un socio principal de la UE, así como un competidor y “un rival sistémico en la promoción de otros modelos de gobernanza”, como subrayó en 2019 la Comisión Europea.


Juan Leña,* exembajador de España en la R.P. China

Presidente de Honor de Cátedra China

*Nota: Las ideas contenidas en las publicaciones de Cátedra China o de terceros son responsabilidad de sus autores, sin que reflejen necesariamente el pensamiento de esta Asociación.

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